El mal de todos

OJALÁ el paro estuviese parado, pero no es verdad: crece. Y el Gobierno, modestamente, lo considera una fatalidad inevitable y ofrece su impotencia. Rajoy no trata de engañar, sino que desconoce lo que su Gabinete aprobará unas horas después. Yo ignoro qué vida tuvieron los ministros actuales. Muy buena debió ser para ignorar del todo el estado de las cosas, y que ahora no se pongan de acuerdo sobre él. Opinan de maneras distintas: la prioridad es bajar impuestos y estimular demandas; subirlos, para relanzar el déficit público; sumirse en la sombra y oír la voz que clama en el desierto... El desconcierto como forma de gobierno; la penumbra como forma de estabilidad, el desconcierto como resistencia. El presidente calla ante los datos de población activa o inactiva. De nuestra crisis no se sale con: «Hablaremos de ello la próxima semana». De las 72 reformas anunciadas, ninguna tiene efectos. Quizá mágicamente se resuelva todo. ¿Por qué? Porque el paro es el primer problema europeo. ¿Consuelo? El mal de todos.